Boletín # 11 | La diplomacia de los guantes de seda

Crímenes de lesa humanidad incluidos asesinatos, prisión y torturas; población opositora reprimida por militares y paramilitares; narrativa golpista inventada para justificar la represión; nuevas leyes antidemocráticas para aumentar el control totalitario; sistemas judicial, legislativo y electoral sin independencia y al servicio del Ejecutivo; elecciones fraudulentas; ataques y cierre de medios de comunicación independientes; confrontación con la Iglesia; más del 10 por ciento de la población empujada al exilio.

¿Suena familiar? ¿A qué país nos referimos? Las personas que se mantienen actualizadas del acontecer noticioso, creerán que describimos lo que ocurre en Venezuela desde el 28 de julio. Sin embargo, ese es el día a día de Nicaragua desde abril del 2018, y desde entonces las violaciones y atropellos se han agudizado, y llegado a niveles solo vistos bajo las peores dictaduras del mundo. En seis años, Nicaragua igualó los niveles de autoritarismo y represión de Corea del Norte, Myanmar, Afganistán, Somalia y Sudan del Sur.

A raíz del fraude electoral del 28 de julio, Venezuela ahora está bajo los reflectores de la comunidad internacional y de los medios de comunicación más importantes a nivel global, que a diario cuentan las atrocidades cometidas por Nicolás Maduro y sus cómplices. Por lo repudiable de las acciones, los testimonios de las víctimas y las imágenes de la represión son recibidas con asombro e incredulidad.

Sin embargo, lo que ocurre ahora en Venezuela es una versión 2.0 de lo acontecido en Nicaragua. No es un guion original, sino la adaptación de la realidad nicaragüense a la venezolana. Sin embargo, son pocos los medios de comunicación y los analistas que relacionan ambas crisis y dejan en evidencia que la dictadura nicaragüense, y también la cubana, están detrás de todo lo que se está desarrollando en Venezuela.

¿Por qué es importante entender la relación entre ambas crisis? Porque la de Nicaragua no tuvo el eco necesario en la comunidad internacional. Desde 2018 hay pronunciamientos y denuncias constantes en los espacios políticos y de derechos humanos. Además, algunos países liderados por Estados Unidos y la Unión Europea, han impuesto sanciones individuales que, por no tener la fuerza suficiente, no han provocado los resultados deseados. Entonces, el precio que el régimen Ortega Murillo ha pagado por destruir la democracia y el futuro de los nicaragüenses, para entronizarse en el poder, es insignificante.

La comunidad internacional apostó a la diplomacia de guantes de seda. Trató a Nicaragua como si fuera uno más de los países que juegan en la cancha de la democracia, y se negó a admitir que desde el inicio de la crisis los Ortega Murillo se atrincheraron en el campo de los que no respetan los derechos humanos ni la democracia. A lo largo de seis años, la dictadura Ortega Murillo respondió a patadas ante los constantes llamados a dialogar hechos por la comunidad internacional. A los países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), les tomó seis años aprobar una resolución de consenso sobre la crisis de Nicaragua. ¿A qué costo?

El Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua (GHREN) de Naciones Unidas, le ha mostrado las violaciones cometidas por la dictadura Ortega Murillo, y demostró que cometen crímenes de lesa humanidad. Además, planteó una serie de recomendaciones a la comunidad internacional que cayeron en oídos sordos, igual que las emitidas por los parlamentos de la Unión Europea, el británico, el estadounidense, y por la Comisión Internacional sobre Libertad Religiosa, entre otras organizaciones.

Desafortunadamente y como consecuencia de lo anterior, se estableció un precedente nefasto que ahora se reproduce contra el pueblo venezolano, y con el riesgo de que después se traslade a otros países en la región.

Una vez más la comunidad internacional tiene en sus manos la posibilidad de actuar para evitar mayores costos. Ahora los pueblos de Venezuela y Nicaragua están pagando un costo enorme con pérdida de vidas humanas, cárceles llenas de personas que luchan por la democracia, más de ocho millones de venezolanos y casi un millón de nicaragüenses exiliados; sin libertad, justicia, Estado de derecho y sin futuro.

Con Nicaragua el tiempo demostró que la falta de actuación propició la agudización de la crisis. No se debe cometer el mismo error con Venezuela. Porque no solo está en juego la democracia venezolana sino la latinoamericana e incluso la seguridad de los Estados Unidos.

En la Concertación Democrática Nicaragüense (CDN), creemos que es el momento para que la comunidad internacional apoye a la oposición venezolana a evitar que se concrete el fraude electoral y a rescatar la libertad, no solo de Venezuela sino también de Nicaragua y de Cuba posteriormente.

El contagio del modelo orteguista

El fraude descarado que impulsa Nicolás Maduro con apoyo de la cúpula militar constituye un verdadero golpe de Estado contra la soberanía popular, y llevó a analistas y medios de comunicación internacional a compararlo con las prácticas del régimen Ortega Murillo. Incluso, Thomas Shannon, prestigioso diplomático estadounidense con experiencia en la región, señaló que uno de los caminos que le queda a Maduro es radicalizar su régimen para seguir el modelo de Nicaragua; y Enrique Márquez, candidato presidencial y exrector del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela teme que Maduro en lugar de escuchar a Gustavo Petro, Lula Da Silva y Manuel Andrés López Obrador, siga los consejos de Ortega.

Este pronóstico nos hace considerar cuáles son, hasta ahora, las diferencias entre el modelo chavista-madurista y el orteguista; y las razones que explicarían la simpatía por el modelo dictatorial orteguista que lo vuelven replicable en América Latina.

Hasta el 28 de Julio se consideraba que Venezuela estaba sujeta a un régimen híbrido que transitaba desde una democracia imperfecta a un régimen autoritario; en cambio Nicaragua ya tiene un régimen totalitario consolidado, sin ningún atisbo de pluralismo político ni posibilidad de elecciones medianamente aceptables. Además, mientras Venezuela, por los efectos de las sanciones comerciales, económicas y financieras tenía incentivos para negociar algún nivel de apertura, por la ausencia de estas, los Ortega Murillo carecen de aliciente para otorgar alguna concesión democrática.

Ambos regímenes aseguraron el control de todos los poderes del Estado y organismos públicos; aplican un modelo de seguridad diseñado por los cubanos, en el que las instituciones estatales y organizaciones partidarias, garantizan el control social y están siempre prestas para reprimir; poseen elementos de economía de mercado con tolerancia para algunos empresarios tradicionales, pero bajo un modelo de capitalismo de amiguetes, asentado en la corrupción y el abuso del poder.

Nicaragua en mayor grado que Venezuela cerró todos los espacios de participación. Canceló los partidos políticos de oposición, desterró y desnacionalizó a sus dirigentes y cuadros territoriales; clausuró las organizaciones del sector privado; restringió la libertad religiosa, desmanteló sus instituciones, encarceló y expulsó a sacerdotes y pastores evangélicos; cerró universidades privadas, medios de comunicación independiente y los de las Iglesias; eliminó la personería jurídica a más de cinco mil Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y confiscó sus bienes.

En definitiva, una labor de tierra arrasada contra todo aquello que no está bajo su control o pueda retar su absoluto dominio sobre la sociedad, proceso al que se dirige Venezuela para convertirse, igual que Nicaragua, en un estado forajido, caracterizado por el incumplimiento de leyes y convenios internacionales, y por ignorar las decisiones de los organismos cuya finalidad es preservar el orden mundial.

Existe un paralelismo entre las políticas represivas y de persecución de ambos regímenes que cometen crímenes de lesa humanidad. La Operación Tun Tun de Venezuela, es similar a la Vamos con Todo que ejecutaron los Ortega Murillo contra miles de nicaragüenses que ejercieron su derecho a la protesta, dirigentes políticos, sociales y empresariales, que capturó sin orden judicial, sometió a torturas y condenó sin el debido proceso. También es similar la narrativa de un supuesto golpe de Estado, que solo existe como justificante de la represión por parte de Ortega y de Maduro, quienes realmente son los que dieron un golpe contra la voluntad popular.

Venezuela y Nicaragua son parte de la internacional totalitaria encabezada por Rusia, China y Cuba, entre ellos intercambian información sobre las mejores prácticas y legislaciones más apropiadas para el control social y la eliminación de la disidencia. Actualmente Nicaragua demuestra que es el más avanzado, por eso exporta sus exitosos métodos represivos y antidemocráticos.

La Concertación Democrática Nicaragüense (CDN), considera que los Ortega Murillo fundamentan su hegemonía en la fuerza, la coacción, la anulación de todo pensamiento crítico y la capacidad de articular una posición diferente a la oficial, su ideología es preservar el poder y heredarlo. La sostenibilidad de su modelo, basada en el fracaso del actual orden internacional, para garantizar el respeto de los derechos humanos, la democracia, la justicia universal y los principios del derecho internacional, constituyen el principal acicate para reproducirlo. Por tanto, la comunidad internacional debe reinventarse para enfrentar los nuevos retos contra la paz, la seguridad democrática y los valores de humanidad.